La Iglesia Católica proclamará santo a Mons. Óscar Romero después de que el Papa Francisco firmara, este martes 6 de marzo, el decreto que reconoce el milagro atribuido a su intercesión.
El Arzobispo de San Salvador nació en la Ciudad de Barrios, El Salvador, el 15 de agosto de 1917 y murió mártir por odio a la fe en la capital del país el 24 de marzo de 1980 cuando fue baleado mientras celebraba la Misa en medio de una naciente guerra civil entre la guerrilla de izquierda y el gobierno dictatorial de derecha.
Según las investigaciones, la autoría del asesinato apunta a un grupo de aniquilación vinculado a la dictadura militar, para la que la preocupación de Mons. Romero por los pobres lo hacía cercano a la guerrilla marxista, algo del todo falso.
Mons. Óscar Romero se ordenó sacerdote en Roma en el año 1942. Al año siguiente, de regreso en El Salvador, recibió el nombramiento como párroco del Anamorós, departamento de La Unión, y luego como párroco de Santo Domingo, en la Diócesis de San Miguel.
En 1974 fue nombrado Obispo de Santiago de María. Desde ese encargo pastoral emprendió una intensa labor en favor de los campesinos más pobres de la Diócesis, a los que visitaba con regularidad.
Fue precisamente durante ese ministerio cuando vivió el primer episodio dramático relacionado con el conflicto civil que comenzaba a fraguarse en el país: varios campesinos que regresaban de una celebración religiosa fueron asesinados por la Guardia Nacional.
El 8 de febrero de 1977 fue designado Arzobispo de San Salvador. La persecución, que incluían expulsiones y asesinatos, contra sacerdotes y laicos, le llevó a enfrentarse abiertamente con la dictadura, a la que responsabilizó de las muertes.
En sus diferentes homilías en la catedral, Mons. Romero no se cansó de denunciar los atentados contra los derechos humanos cometidos por el gobierno militar. Denunciado por algunos miembros de la Iglesia, Mons. Romero acudió a Roma, donde recibió el apoyo del Papa Pablo VI, por lo que se sintió respaldado en su defensa de los más débiles de El Salvador, oprimidos por el gobierno.
Posteriormente, también el Papa San Juan Pablo II respaldó su posición y le animó a continuar por la senda de la justicia y de la pacificación de El Salvador. El 24 de marzo de 1980 fue asesinado por un francotirador frente al altar donde celebraba Misa.
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