noviembre 22, 2024

Una regla de vida para alcanzar la santidad

SANTA MISA. 20ª. PEREGRINACIÓN MIXTA, QRO-BASÍLICA DE SORIANO.

El día 31 de marzo de 2019, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez, Obispo de la Diócesis de Querétaro, Qro. Presidió la Santa Misa con la que se concluyó la 20ª. Peregrinación Mixta, de los Peregrin@s, de Querétaro al Tepeyac, a la Basílica de Nuestra Señora de los Dolores de Soriano. Para agradecer los favores que por intercesión han recibido. Concelebró esta Eucaristía el Pbro. Fidencio Servín León, Rector de la Basílica. En su Homilía Mons. Faustino les compartió diciendo: “En este tramo de la Cuaresma que aún nos separa de la Pascua, estamos llamados a intensificar el camino interior de conversión. Dejémonos alcanzar por la mirada llena de amor de nuestro Padre, y volvamos a Él con todo el corazón, rechazando cualquier compromiso con el pecado.

En esta peregrinación cuaresmal nos acompaña la Santísima Virgen María, especialmente en este Año Jubilar Mariano Nuestra Señora de los Dolores de Soriano; nos acompaña hasta el abrazo regenerador con la Divina Misericordia”.

Ya en la Homilía completa les comentó: “Muy queridos peregrinos: Hermanos y hermanas todos en el Señor: En la peregrinación de este tiempo cuaresmal, llegamos al IV Domingo que muy bien podríamos titular el “domingo del perdón”, pues la palabra de Dios nos enseña que Dios nunca se olvida de nosotros y a pesar de nuestros caprichos, está siempre dispuesto a perdonarnos.

Dentro del itinerario cuaresmal, el Evangelio nos presenta precisamente un texto extraordinario: la parábola del padre misericordioso, que tiene como protagonista a un padre con sus dos hijos. Los dos hijos representan dos modos inmaduros de relacionarse con Dios: la rebelión y una obediencia infantil. Ambas formas se superan a través de la experiencia de la misericordia. Sólo experimentando el perdón, reconociendo que somos amados con un amor gratuito, mayor que nuestra miseria, pero también que nuestra justicia, entramos por fin en una relación verdaderamente filial y libre con Dios. El relato nos hace ver algunas características de este padre: es un hombre siempre preparado para perdonar y que espera contra toda esperanza. Sorprende sobre todo su tolerancia ante la decisión del hijo más joven de irse de casa: podría haberse opuesto, sabiendo que todavía es inmaduro, un muchacho joven, o buscar algún abogado para no darle la herencia ya que todavía estaba vivo. Sin embargo le permite marchar, aun previendo los posibles riesgos. Así actúa Dios con nosotros: nos deja libres, también para equivocarnos, porque al crearnos nos ha hecho el gran regalo de la libertad. Nos toca a nosotros hacer un buen uso. ¡Este regalo de la libertad que nos da Dios, me sorprende siempre!

Pero la separación de ese hijo es sólo física; el padre lo lleva siempre en el corazón; espera con confianza su regreso, escruta el camino con la esperanza de verlo. Y un día lo ve aparecer a lo lejos (cf. v. 20). Y esto significa que este padre, cada día subía a la terraza para ver si su hijo volvía. Entonces se conmueve al verlo, corre a su encuentro, lo abraza y lo besa. ¡Cuánta ternura! ¡Y este hijo había hecho cosas graves! Pero el padre lo acoge así.

La misma actitud reserva el padre al hijo mayor, que siempre ha permanecido en casa, y ahora está indignado y protesta porque no entiende y no comparte toda la bondad hacia el hermano que se había equivocado. El padre también sale al encuentro de este hijo y le recuerda que ellos han estado siempre juntos, tienen todo en común (v. 31), pero es necesario acoger con alegría al hermano que finalmente ha vuelto a casa. Y esto me hace pensar en una cosa: cuando uno se siente pecador, se siente realmente poca cosa, o como he escuchado decir a alguno —muchos—: «Padre, soy una porquería», entonces es el momento de ir al Padre. Por el contrario, cuando uno se siente justo —«Yo siempre he hecho las cosas bien…»—, igualmente el Padre viene a buscarnos porque esa actitud de sentirse justo es una actitud mala: ¡es la soberbia! Viene del diablo. El padre espera a los que se reconocen pecadores y va a buscar a aquellos que se sienten justos. ¡Este es nuestro Padre! En esta parábola también se puede entrever un tercer hijo. ¿Un tercer hijo? ¿Y dónde? ¡Está escondido! Es el que «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo» (Fil 2, 6-7). ¡Este Hijo-Siervo es Jesús! Es la extensión de los brazos y del corazón del Padre: Él ha acogido al pródigo y ha lavado sus pies sucios; Él ha preparado el banquete para la fiesta del perdón. Él, Jesús, nos enseña a ser «misericordiosos como el Padre». La figura del padre de la parábola desvela el corazón de Dios. Él es el Padre misericordioso que en Jesús nos ama más allá de cualquier medida, espera siempre nuestra conversión cada vez que nos equivocamos; espera nuestro regreso cuando nos alejamos de Él pensando que podemos prescindir de Él; está siempre preparado a abrirnos sus brazos pase lo que pase. Como el padre del Evangelio, también Dios continúa considerándonos sus hijos cuando nos hemos perdido, y viene a nuestro encuentro con ternura cuando volvemos a Él. Y nos habla con tanta bondad cuando nosotros creemos ser justos. Los errores que cometemos, aunque sean grandes, no rompen la fidelidad de su amor. En el sacramento de la Reconciliación podemos siempre comenzar de nuevo: Él nos acoge, nos restituye la dignidad de hijos suyos, y nos dice: «¡Ve hacia adelante! ¡Quédate en paz! ¡Levántate, ve hacia adelante!».

En este tramo de la Cuaresma que aún nos separa de la Pascua, estamos llamados a intensificar el camino interior de conversión. Dejémonos alcanzar por la mirada llena de amor de nuestro Padre, y volvamos a Él con todo el corazón, rechazando cualquier compromiso con el pecado.

En esta peregrinación cuaresmal nos acompaña la Santísima Virgen María, especialmente en este Año Jubilar Mariano Nuestra Señora de los Dolores de Soriano; nos acompaña hasta el abrazo regenerador con la Divina Misericordia. Ella al igual que el padre misericordioso, sabe que nos equivocamos, es consciente que muchas veces podemos parecernos tanto al hijo menor que se encapricha y toma decisiones equivocadas, como al hijo mayor que de manera egoísta, se molesta por la bondad y ternura de Dios para con algunos.

Al pie de la cruz, María junto con Juan, el discípulo del amor, es testigo de las palabras de perdón que salen de la boca de Jesús. El perdón supremo ofrecido a quien lo ha crucificado nos muestra hasta dónde puede llegar la misericordia de Dios. María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir a ninguno.

AL final el Señor Obispo invito a los presentes a: “dirigirse a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús. DIOS TE SALVE REYNA Y MADRE, MADRE DE MISERICORDIA…” Y les dio la bendición.